EL COMPRADOR DE GRATITUD
Hace mucho tiempo, en un lejano reino de China, vivía un ministro llamado Mong. Un día se presentó en su palacio un joven muchacho que buscaba trabajo.
- ¿Qué sabes hacer? –le preguntó el ministro.
-Nada, señor –respondió el joven-. Pero aprenderé lo que sea necesario. Soy honrado y os serviré con lealtad.
A Mong le gustó la seguridad del joven y decidió contratarlo. Ordenó que le dieran una habitación, ropas adecuadas, suficiente comida y un pequeño sueldo.
Tiempo después, llegaron a palacio noticias sobre la lejana aldea de Sue. Los vecinos llevaban años sin pagar sus impuestos y la deuda contraída sumaba una importante cantidad. Además, tres enviados del ministro habían tenido que huir porque los habitantes de la aldea amenazaban con matarlos.
-¿Por qué no dejáis que vaya yo a la aldea? – le rogó el joven sirviente al ministro.
-Es una misión muy peligrosa –respondió Mong. ¿Sabes que arriesgas tu vida?
-Sí, señor. Pero ya es hora de que yo corresponda a vuestra generosidad.
El ministro Mong accedió a los ruegos del joven y ordenó que prepararan todo lo necesario. Antes de irse, el muchacho se presentó ante el ministro y le preguntó:
-¿Queréis que os traiga algo de aquel lejano lugar?
-No necesito nada. Pero, si quieres, antes de partir, mira en el palacio y si me falta algo tráemelo.
El joven dio una vuelta por el palacio para ver qué le faltaba al ministro y luego partió hacia la aldea. Cuando llegó allí, los vecinos le recibieron con cara de pocos amigos.
El joven habló con los vecinos, examinó sus deudas y después dijo:
-Mi señor ha decidido perdonaros lo que debéis. Estáis libres de cargas.
-¡Que la fortuna acompañe a nuestro dadivoso señor! –exclamaron los vecinos.
Cuando días después el joven regresó a palacio, el ministro le mandó llamar y le preguntó si había cobrado las deudas.
-Pues… veréis, señor –contestó el joven-. Después de mirar en el palacio comprendí que erais un hombre inmensamente rico, pero que había una cosa que no teníais: el cariño y el agradecimiento de la gente. Por eso decidí perdonar las deudas y traeros a cambio este regalo: la gratitud de todo un pueblo.
El ministro Mong no supo qué decir. Desde luego, aquel muchacho tenía toda la razón, aunque por su culpa había perdido una importante suma de dinero. Ante el asombro de todos, Mong decidió perdonar al joven sirviente y olvidar lo ocurrido.
Pasados los años, una terrible invasión obligó a Mong a abandonar su palacio y a huir.
-No os preocupéis, señor –dijo el joven sirviente-. Iremos a un lugar en el que seremos bien recibidos.
Y el muchacho llevó a Mong a la aldea de Sue. Cuando llegaron allí, los vecinos los recibieron entre aclamaciones.
-No hemos olvidado lo que hiciste por nosotros –dijeron los vecinos-. ¡Te debemos gratitud eterna, señor Mong!
Y así fue como Mong pudo pasar el resto de sus días en aquella pequeña aldea, gracias al regalo que años atrás le había hecho su joven sirviente: el cariño y la gratitud de todo un pueblo.
Está me gustó mucho habla sobre todo de la generosidad
ResponderEliminarMe gustó. Habla de la gratitud y la generosidad. David R.
ResponderEliminarHoy por ti, mañana por mí.AVATAR
ResponderEliminarMe ha gustado el relato, al final cobro algo mas que el vil dinero.
ResponderEliminarEs un bonito cuento. La gratitud, es un bien escaso, en estos tiempos que corren. Pronto se olvidan las buenas obras, y todo el mundo cree tener derecho a todo sin dar nada a cambio. En el caso del cuento, el gobernante Mong, recibió lo que dio. Bien por bien.
ResponderEliminarJose Antonio Glez
Me ha gustado la historia y yo diría que haz bien y no mires a quien que nunca se sabe de quién puedes necesitar el día de mañana Jacobo
ResponderEliminarme ha gustado es muy entretenida
ResponderEliminarEs una bonita historia.
ResponderEliminarCuando se hace el bien no es raro que más tarde o más temprano se reciba de vuelta, aunque no se hiciera con esa intención. Ya lo dice el refrán "es de bien nacido ser agradecido".
Emi
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar